Tiburcio fernández Maroto es un personaje nétamente histórico que tiene muchas similitudes con Juan Martín Díaz (el empecinado) o Javier Espoz y Mina. Nació en Villafrades de Campos el 2 de agosto de 1875. Hijo de Pedro Fernández, que ejerció durante algunos años el cargo del Santo Oficio de la Inquisición, y de María Maroto. Mero mozo labrador, pasó su infancia en estas recias tierras donde adquirió el valor y la bravura que demostraría en exceso a lo largo de su corta vida.

En 1808 toma parte en la batalla de Monclín en Medina de Rioseco y posteriormente ingresó en el ejército de Húsares de Caballería. La etapa más conocida de su vida tuvo lugar en Astorga durante el asedio a que fue sometida ésta por el ejército francés durante la Guerra de la Independencia.

Diestro en la táctica de guerrilla, encabezó multitud de "partidas" con el fin de hostigar y obstaculizar el avance de las superiores tropas francesas, convirtiéndose en una verdadera pesadilla para los franceses y en especial para el general Junot.

José María Santocildes, Gobernador de la plaza, en sus partes diarios ensalza constantemente su valor y lo corrobora el Ayuntamiento de Astorga en certificación expedida el 20 de junio de 1814 a Antonio Fernández, hermano de Tiburcio, con este texto: "La más memorable de sus acciones y que jamás olvidará esta ciudad, fue la del 12 de marzo de 1810 que, en presencia de toda la guarnición, sacó libre una guerrilla de 40 tiradores de esta plaza que había sido envuelta por los enemigos; cargando contra el ejército francés e hiriendo con un golpe de sable al comandante que los mandaba, dando lugar con esta acción a que la guerrilla respondiese y adquiriendo mucho valor los atacara a extemplo y los persiguiese, matando algunos franceses y obligándoles a salvarse cada uno como pudo; siendo tantas las acciones que ejecutó iguales o mayores hazañas que sería muy largo referirlas.

El 21 de abril de 1810, tras abrir brecha el enemigo en la muralla, se presentó en ella voluntariamente teniendo el honor de haber muerto con su puñal al oficial enemigo que tuvo el atrevimiento de montarla, quedando a sus pies, e impidiendo, con el temor que causaba al enemigo su presencia, que nadie se acercase a aquel punto que miraba como sagrado.

El momento de mayor consideración, por siempre unido a la historia de Astorga, fue el hecho mismo de su muerte. El 22 de abril de 1810, a las dos de la tarde, salieron por la pueta del Obispo Santocildes y los dieciseis heróicos supervivientes de la guarnición, prisioneros y llenos de harapos, desfilando entre los 21.000 infantes y varios escuadrones de caballería que configuraban el ejército enemigo. En un momento del acto, el cabo de Húsares Tiburcio Fernández Maroto, en un sublime acto de valor y patriotismo, arroja su fusil y sable en mano, arremete contra las filas enemigas al grito de "Si éstos se rinden yo no"; dando muerte a veinte soldados enemigos antes de caer destrozado por los arcabuceros franceses. El general francés Junot, escribió aquella misma tarde a su esposa esta frase: "fue el más bello soldado que yo he visto".

Su memoria fue honrada por los vecinos de Astorga, celebrando con pompa la exhumación de sus restos el 27 de mayo de 1814 y sepultándolos en la Capilla Mayor del San Miguel. Posteriormente, durante los actos conmemorativos del primer centenario, fueron solemnemente trasladados a la Catedral donde reposan desde el 28 de agosto de 1912 junto a los del General José María Santocildes.

Escribieron sobre él, Marcelo Macías, Modesto Lafuente, Matías Rodríguez, Angel Salcedo, Otero Pedrayo y el villafradeño Maximino ROdríguez "Velay".

Rafael Gómez Pastor
9 de agosto de 2005

Homenaje al Husar. Agosto 2005

Datos sobre el Húsar Tiburcio

Partida de matrimonio de sus padres.
Pedro Fernández y María Maroto contraen matrimonio en Villafrades de Campos el día 12 de febrero de 1770.
Son casados por Vicente Blanco, cura párroco de Villerías, con licencia de Mateo Gonzalez, cura párroco de la iglesia de Santa María de Grijas Albas (extramuros).

Pedro es hijo de Antonio Fernández Revilla y de María Blanco Prieto, ambos vecinos de Villerías.
María es hija de Bernardo Maroto (familiar del Santo Oficio de la Inquisición) y de María Ruiz-Bomba.
Testigos de esta ceremonia son José Escobar e Ignacio Gil. Lo firman Mateo González (cura párroco de Villafrades), José Francisco Baeza y Vicente Blanco Prieto (cura párroco de Villerías).

Partida de defunción de Pedro Fernández Blanco.
Murió en Villafrades de Campos el dieciseis de diciembre de 1805. Vecino de esta Villa y casado en primeras nupcias con María Maroto Ruíz-Bomba

Sepultado en la Capilla de las Ánimas, en la primera suerte, en la Iglesia de San Juan. Dejó testamento a su hijo Antonio Fernández Maroto, capellán de esta villa.

De su matrimonio con María Maroto tuvo cuatro hijos: Antonio, Fernando, José y Tiburcio.

Partida de defunción de María Maroto Ruíz-Bomba.
Viuda de Pedro Fernández, murió el día 24 de noviembre de 1825.
Sepultada en las sepulturas de la primera fila del lado de la epístola de la Iglesia de San Juan.

Partida de Bautismo de Tiburcio Fernández Maroto.
En la Iglesia de San Juan Evangelista, hijuela de la parroquiel Iglesia de Santa María de Grijas Albas extramuros de esta Villa de Villafrades a diez y siete días del mes de agosto de este año de mil setecientos ochenta y cinco, yo Don Juan Martínez Prieto presbítero Capellán y Vicario en vacante de dicha parroquia, bauticé solemnemente a un niño que nació el día once de dicho mes de agosto, a quien le fue puesto por nombre Tiburcio; hijo legítimo de legítimo matrimonio de Pedro Fernándes Blanco y de María Maroto Ruíz, vecinos de esta villa; es nieto por su padre de Antonio Fernández Blanco y de María Blanco, vecinos de la villa de Villerías, obispado de Palencia; sus abuelos maternos Bernardo Maroto y María Ruíz, vecinos de esta villa y aquel natural de la de Herrín. Fueron sus padrinos Fernando Fernández, hermano carnal del bautizado, y María Giraldo Martín, soltera, hija de García Giraldo y Catalina Martín de esta vecindad y tocó al bautizado advertirles el parentesco espiritual y la obligación de enseñarle la doctrina cristiana, y le di por sus abogados a San Agapito y San Lorenzo, martires. Fueron testigos Don Juan Francisco Herrero, Don Juan del Rey, presbíteros, y Don Mateo González, clérigo consumado de los de esta vecindad y mis feligreses y lo firme en supra.